El movimiento obrero en España

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Para poder entender plenamente esta cuestión debemos tener en cuenta que

la emergencia de un movimiento obrero español tuvo su origen en el Sexenio

Democrático

y estaba apoyado en la libertad de reunión de asociación establecida

por la Constitución de 1869. El nuevo siglo comenzó con un intenso ciclo de agitaciones obreras. Las primeras manifestaciones de protesta obrera tuvieron un carácter de reacción contra la mecanización (ludismo), aunque, el problema radicaba en el reparto desigual de beneficios y salarios. En los años del Bienio Progresista el obrerismo se expandió y consolidó la huelga como el instrumento más eficaz de defensa de sus reivindicaciones. La revolución de septiembre de 1868, favoreció la expansión del movimiento obrero organizado, así, llegaron a España las ideas socialistas y anarquistas y se formaron los primeros núcleos vinculados a la Primera Internacional (I AIT, Asociación Internacional de Trabajadores), creada por Karl

Marx en 1864, que finalmente fue declarada ilegal, obligándola a organizarse en la clandestinidad.

El anarquismo llegó a España en 1868, pero no inició su verdadero auge hasta 1881, cuando el Gobierno liberal aprobó la Ley de Asociaciones. Esta norma permitió que los anarquistas salieran de la clandestinidad y consolidaran su presencia, fundamentalmente en Andalucía y Cataluña . El anarquismo actuó de distintas formas usando como instrumentos la acción terrorista o la producción cultural a través de la literatura o el periodismo. No obstante, en todos los casos se caracterizó por mostrar un claro componente revolucionario, colectivista, apolítico y contrario al Estado, a los que se le añadieron otros aspectos que hicieron establecer

un vínculo con el republicanismo: populismo, anticlericalismo, racionalismo y defensa de la idea de progreso.

En 1881, nació la Federación de Trabajadores de la Región Española, que

durante algunos años creció en afiliaciones e implantación mediante una política moderada pero la identificación establecida por el Gobierno entre el anarquismo y los violentos sucesos protagonizados en el campo andaluz por una presunta organización anarquista secreta y violenta (La Mano Negra), hizo que su peso fuera disminuyendo poco a poco y hasta acabar desapareciendo. Durante la década de 1890, el movimiento se caracterizó por el abandono progresivo de la corriente anarquista política y el triunfo de las tesis más radicales, que eran partidarias de las acciones terroristas (la bomba en el Liceo de Barcelona, o el asesinato de Cánovas del Castillo). La acción directa llevó al Gobierno a ejercer una dura represión en la que cinco militantes anarquistas fueron condenados a muerte. La represión indiscriminada derrumbó el movimiento libertario y no fue hasta 1911 cuando se pudo fundar la Confederación Nacional del

Trabajo, una organización nacional anarcosindicalista

que obtuvo una gran fuerza entre los obreros agrícolas andaluces y los obreros industriales catalanes. El movimiento socialista fue más minoritario que el anarquista y su implantación se desarrolló especialmente en Madrid, el País Vasco y Asturias. En 1879, nació en Madrid el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), siendo Pablo Iglesias su fundador y principal representante. Los socialistas impulsaron la creación de un sindicato socialista, la Unión General de Trabajadores (UGT), que respondía al modelo de sindicato de masas. Las duras condiciones de vida y de trabajo de la mayoría de la clases obreras hizo conveniente racionalizar y regular la moderna sociedad industrial. Los gobiernos de la Restauración plantearon la oportunidad de que el Estado regulase y tutelase las relaciones económicas y laborales. Así, se creó la Comisión de Reformas Sociales con la finalidad de informar sobre la condición obrera y la promulgación de una legislación que pretendía una regulación de las condiciones de trabajo. También se creó el semanario El Socialista, como instrumento de expresión del nuevo partido. La evolución del socialismo fue mucho más difícil que la del anarquismo. En sus comienzos no consiguió reunir a un gran número de trabajadores, y no sería hasta principios del siglo XX cuando experimentaría un aumento en su afiliación y representatividad, tras el final de la primera guerra mundial. Como antecedente cabe citar el escaño logrado en 1910 por Pablo Iglesias para el Congreso de los Diputados.

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