Noche en Bangkok

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Me devolvió la sonrisa y se giró hacia la pantalla.

Un cuarto de hora más tarde me estaba instalando en una habitación que era un poco más grande que una cama doble. Puedo ser preciso porque había una en la habitación, y a cada lado no había más que un palmo, lo justo para que entrase mi mochila.

La pared maestra era de hormigón y las otras eran simples tabiques de Formica que se movieron en cuanto las toqué. Tenía el presentimiento de que, si me apoyaba en una, esta se caería y quizás le daría a otra, y así todas las paredes colindantes se desplomarían como un dominó. Las paredes acababan un poco antes del techo y el hueco estaba cubierto por una mosquitera metálica. Casi producía la ilusión de estar en un espacio protegido y personal, hasta que me tumbé en la cama. En cuanto me relajé, empecé a oír cucarachas correteando por otras habitaciones. Detrás de mí, al otro lado de la pared, se alojaba una pareja francesa rozando la veintena: ella era una chica preciosa y delgada y él un chico convenientemente atractivo pegado a ella. Salían de su habitación cuando yo entraba en la mía, y nos saludamos en el pasillo. La habitación opuesta estaba vacía. A través de la mosquitera pude ver que la luz estaba apagada y, de todos, de haber estado ocupada habría oído a la persona respirar. Era la última habitación del pasillo, así que supuse que daría a la calle y tendría una ventana.

En el techo había un ventilador que a máxima potencia tenía la fuerza suficiente como para mover el aire. Durante un rato no hice más que descansar en la cama y mirarlo. Era relajante verlo girar y sentí que la brisa suave mezclada con el calor me ayudaría a conciliar el sueño. Eso era lo que necesitaba. El **desfase horario** es pero cuando se viaja de Occidente a Oriente, así que quería adaptarme al horario tailandés la primera noche.

Apagué la luz. Con el resplandor que llegaba del pasillo aún podía ver el ventilador. En seguida me quedé dormido. Una o dos veces me percaté de que había gente en el pasillo, y creí oír a la pareja francesa volver y salir otra vez. Pero los ruidos nunca me desvelaron del todo y siempre fui capaz de volver al suelo que había dejado. Hasta que oí los pasos del hombre. Eran diferentes, demasiado escalofriantes como para volver a dormir. No tenían ni ritmo ni peso y se arrastraban por el suelo.

Una retahíla de tacos en inglés llegó a mi habitación mientras forcejeaba con la cerradura de su puerta. Después hubo un profundo suspiro, la cerradura se abrió con un clic y la luz entró. La mosquitera proyectó una sombra en el techo que seguía un patrón.Enfadado, miré mi reloj. Eran las dos de la madrugada (la tarde noche en Inglaterra). Me pregunté si podría volver a dormir. El hombre se dejó caer sobre su cama, moviendo de forma alarmante la pared que nos separaba. Tosió durante un rato y escuché los crujidos de un porro al ser liado. Poco después había un humo azul ondeando en la luz que se filtraba por la mosquitera. Aparte de un exhalación profunda y ocasional, el hombre permanecía en silencio. Me volví a dormir, casi.

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