OEDIPUS
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Oe: Ya expulsada la noche vuelve Titán, dudoso, y en una escuálida nube surge su triste resplandor y llevando su triste luz de luctuosa llama, contemplara las casas desoladas por la voraz peste, y el día mostrará la ruina que la noche hizo. ¿Acaso alguno se alegra del reino? ¡Oh, bien engañoso! ¡cuántos males ocultas en tan atrayente frente! Como las altas cimas recogen siempre los vientos y al promontorio que se separa con sus rocas de las bastas aguas, aunque tranquilo, lo azotan las olas del mar, así los excelsos poderes se tienden ante la Fortuna. ¡Qué bien habría escapado del cetro de mi padre Pólibo! Exiliado, libre de preocupaciones, vagando intrépido (pongo por testigos al cielo y a los dioses) fui a parar en un reino. Temo algo inenarrable. Que mi padre muera con mis manos. Esto me advierten los laureles de Delfos, y otro crimen mayor me notifican. ¿Hay un sacrilegio mayor que un padre asesinado? ¡Oh, la desdichada piedad filial! Me avergüenza confesar mi destino. Febo amenaza al hijo con el lecho de su madre y con terribles relaciones carnales incestuosas bajo impía antorcha nupcial. Este temor me expulsó del reino de mi padre, yo no abandoné, prófugo, por esto a mis penates, yo, aunque fiándome poco de mí mismo, puse, naturaleza, a salvo tus leyes. Aunque temas algo grande, sin embargo, teme lo que pienses que no puede suceder. Todo me causa pavor y no creo en mí mismo. Ya, ya, los hados se preparan para tramar alguna cosa contra mí, pues, ¿qué pensaría de que esa peste hostil al pueblo de Cadmo con estrago tan largamente extendido a mí solo conserve intacto? ¿A qué mal soy reservado? Entre las ruinas de la ciudad y de cadáveres que deben llorarse constantemente con nuevas lágrimas y de la muchedumbre del pueblo me alzo incólume - sin duda, reo de Febo.- ¿Podías esperar que se diera a tantos críMenes un reino sano? Hicimos nocivo al cielo. Ninguna leve brisa con gélido soplo alivia los corazones jadeantes por las llamas, no soplas los Céfiros ligeros, sino que aumentan los fuegos de la Canícula, caluroso Titán, oprimiendo el lomo del león de Nemea. Abandonó los ríos el agua, y a las hierbas el color y se ha secado Dirce, fluye tenue el Ísmeno y moja apenas su desnudo lecho con agua para la escasez, oscura se desliza por el cielo la hermana de Febo y el mundo palidece triste con nuevo nublado, ninguna estrella en las noches serenas brilla, sino que un vapor pesado y sombrío cubre las tierras. Cubre las ciudadelas de los dioses y sus elevadas moradas una apariencia infernal. Niega sus frutos Ceres crecida, y con las altas espigas tiembla amarilla, secándose el tallo muere estéril el grano y ninguna parte inmune a la destrucción queda vacía, sino que toda edad y sexo igualmente se desmorona. Y junta a los jóvenes con los ancianos y a padres con hijos la funesta peste, una única antorcha quema los tálamos y carecen los funerales de amargo llanto y de lamento. Más aún, la misma ruina persistente de ese mal tan grande ha secado los ojos y como suele pasar en los límites se han acabado las lágrimas. A éste lo lleva su padre enfermo al supremo fuego, a éste lo lleva su madre enloquecida y se apresura para que vuelva a traer a otro a la misma pira. Es más, en un mismo duelo se origina un duelo nuevo y alrededor de su funeral caen las exequias. Incluso quema n en hogueras ajenas los cadáveres propios. Es arrebatado el fuego. No hay ningún pudor para los desdichados. No cubren los huesos distinguidos sepulcros separados. Es suficiente que hayan ardido. ¿Qué parte se reduce a cenizas? Falta tierra para las tumbas, ya las selvas niegan las hogueras. Ni votos ni arte alguna consuela a los contagiados. Caen los que intentan curarlos, la enfermedad arrastra el remedio. Tiendo mis manos suplicantes postrado ante el altar pidiendo que los hados se aceleren para que yo me adelante antes a la ruina de la patria y no vaya a caer después de todos y ser el último funeral de mi propio reino. ¡Oh, divinidades crueles en demásía! ¡Oh, cruel destino! ¿Sin duda a mí sólo en este pueblo se me niega una muerte tan preparada? Renuncia a este reino contagiado por tu mano letal, abandona las lágrimas, los funerales, el corrosivo vicio del aire que traes contigo, infausto extranjero, huye ya mismo más rápido, incluso hacia tus padres.