Los últimos días de Sócrates

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Estaba ese Apolodoro, padre del país y Critobulo y su padre y también la madre y también Hermogenes, y Epigenes y Esquines y Antistenes, también estaban Ctesipo el de Peania y Menexeno y algunos otros del país. Platón estaba enfermo, creo.

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¿Estaban algunos forasteros?

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Sí, Simmias el de Tebas, y Cebes y Fedondas; y de Mégara, Euclides y Terpsión.

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¿Qué más? ¿Estuvieron Aristipo y Cleómbroto?

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No, ciertamente. Se decía que estaban en Egina.

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¿Alguno otro estaba presente?

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Creo que éstos fueron, más o menos, los que allí estaban.

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¿Qué más? ¿Cuáles dices que fueron los coloquios?

FE

Yo voy a intentar contártelo todo desde el comienzo. Ya de un modo continuo también en los días anteriores acostumbrábamos, tanto los demás como yo, a acudir a visitar a Sócrates, reuniéndonos al amanecer en la sala de tribunales donde tuvo lugar el juicio. Porque está próxima a la cárcel. Conversando unos con otros, pues la cárcel no estaba abierta pronto, en cuanto se abría, entrábamos a hacer compañía a Sócrates y con él pasábamos la mayor parte del día. Y de hecho también entonces nos reunimos más temprano. En el día anterior, saliendo de la cárcel al anochecer, nos enteramos de que la nave de Delos había regresado. Así que nos dimos aviso unos a otros de acudir lo antes posible al lugar acostumbrado. Y llegamos y, saliéndonos al encuentro el portero que solía atendernos, nos dijo que esperáramos y no nos presentásemos antes de que él nos lo indicara. Es que los 11 desatan, dijo, a Sócrates y le comunican que hoy morirá. No tardó mucho tiempo en volver y nos invitó a entrar. Al entrar, en efecto, encontramos a Sócrates recién desencadenado, ya Jantipa, que ya conoces que llevaba en brazos a su bebé y que estaba sentada al lado. En cuanto nos vio Jantipa se puso a gritar, como acostumbraban a hacer las mujeres: ¡Ay Sócrates por última vez te hablarán tus amigos y tú a ellos! Y al punto Sócrates mirando a Critón le dijo “Critón que alguno se la lleve a casa” y unos servidores de Critón se la llevaron a aquella que gimoteaba y se daba golpes de pecho. Sócrates, sentándose en la cama, flexionó la pierna y se la frotó con la mano, y mientras se daba el masaje, dijo: ¡Qué extraño, amigos, suele ser eso que los hombres denominan «placentero»! Cuán sorprendentemente está dispuesto frente a lo que parece ser su contrario, lo doloroso, por el no querer presentarse al ser humano los dos a la vez; pero si uno persigue a uno de los dos y lo alcanza, siempre está obligado, en cierto modo, a tomar también el otro, como si ambos estuvieran ligados en una sola cabeza. Y me parece, dijo, que si Esopo lo hubiera advertido, habría compuesto una fábula de cómo la divinidad, que quería separar a ambos contendientes, después de que no lo consiguió, les empalmó en un mismo ser sus cabezas, y por ese motivo al que obtiene el uno le acompaña el otro también a mí.

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